Por medio de un breve informativo, nos enteramos de la situación actual en el mundo, nuestro país, estado y hasta pueblo: manifestaciones, asesinatos, suicidios, feminicidios, querellas, robos, drogadicción y narcotráfico, entre otros. ¿Cuándo fuimos leyendas y cuándo realidades? ¿Qué daba miedo entonces? ¿Qué nos asusta ahora? ¿En qué parte del camino perdimos la pista? ¿Por qué no vamos a ningún lado? ¿Fue ayer, es hoy?
La Muerte, la Patrona, nos da la bienvenida entre burlas y cinismo, entre lágrimas y risas, entre vientos y desdenes, entre lunas y soles. En silencio, la enlutada va contoneándose, observando con malicia la primicia de su plan. La jijurria quiere renovar en el panteón a las ánimas que habitan el Mictlán por condición. Argumenta la calaca el olvido de los fieles, de los vivos, los enfermos, de las mulas y los gueyes.
En conjunto, algunas almas se lanzan a protestar; coordinándose entre todas, defienden su lugar. Se organizan, manifiestan y le piden sin cesar, con reniegos y angustias, que les dé otra oportunidad. Así es como comienza este eterno caminar que, tan solo en una noche, los alienta a naufragar. No se fíen de las leyendas, no confíen en la falsedad, que, aunque es flaca, grulla y mocha, nos espera al final.
“Este tiempo se me acaba”, nos dice la madre Matiana, mientras la China Poblana vaga en su eterno solar. Esa monja aparecida, que por amores vencida, nos conduele en la salida del durazno a trastocar. Entre el Charro Mexicano y su muerte acribillada, el Viejito que danzaba y el deseo de la Xtabay, una momia conservada por su suerte allí enterrada, entre cantos y leyendas, echan la mente a volar.
Es el sueño mexicano de no dejarnos atrás, y son nuestras tradiciones las que debemos conservar. No lo olviden, mis amigos, que en tremendo caminar, te puede chupar la bruja, te puede desdentar, o, de perdis, la malquerida a chupar faros te va a mandar